El Límite


 

Un periódico reseñó hace unos días el deceso de un anciano en un terminal de pasajeros del interior, al parecer, el hombre trató de abordar una unidad de transporte colectivo que se encontraba repleta de pasajeros, como no encontró la forma de entrar, intentó viajar en la puerta y al no poder mantener el equilibrio cayó y fué arrollado por el colectivo. Tras el episodio algunas autoridades del lugar implementaron algunas medidas elementales para prevenir que sucesos como éste se repitieran, la población, escéptica espera que tales acciones no duren mucho.

La simplicidad de las medidas correctivas que se aplicaron lleva a pensar que las cosas no se están haciendo de la manera más expedita posible, ni en el caso de éste terminal de pasajeros ni en otros de la vida cotidiana, porque lo que se está tomando no son medidas extraordinarias sino la forma como normalmente deberían hacerse las cosas.

Esta muerte se debe a que alguien no asumió la actitud responsable que se esperaba de su trabajo, se debe a que alguien no proyectó las consecuencias del desorden que se dejó crecer en forma descontrolada o se debió tal vez a que dineros destinados a implementar un servicio para la colectividad fueron desviados hacia fines particulares, Ącuantas mansiones se han construido sobre vidas como ésta que hubo de ser sacrificada?. La muerte duele, y normalmente al ser humano le acompaña la sensación de que siempre se pudo hacer algo para evitar un deceso accidental, pero las miradas de los hombres están puestas en el diario sustento y quizá ello fue lo que engrandeció aún más el dolor, la desidia general y la sensación de impotencia terminan mermando la visión.

Sin embargo, el fondo del problema está más allá de enunciarlo, describirlo o de exigir a las autoridades más respeto hacia nuestra dignidad como ciudadanos, porque en definitiva lo que está funcionando mal es algo desde dentro de cada uno, pareciera que los miedos que llevamos nos hubieran devorado interiormente, o que el peso de las evidencias hacen imposible el sueño de una realidad distinta. No sería necesario exigir a los funcionarios públicos honradez y probidad si estos valores fueran ya parte de la conducta de estos y cada uno de los ciudadanos. Es necesaria la disposición a romper el círculo vicioso que elonga la ya larga lista de lo rechazado por el colectivo pero que es mantenido por el mismo conglomerado.

Es necesario que todos tengamos en consideración que existe una razón fundamental por la cual estamos aquí reunidos en sociedad, por la cual deseamos compartir nuestras vidas o parte de ellas con los demás, y que tengamos claro que esta razón única y fundamental no se basa en la percepción particular de alguien, y esto es de suma importancia porque de otro modo se desdibuja el camino ha ser seguido y con frecuencia terminamos haciendo cosas distintas a los objetivos iniciales.

Los extremos con frecuencia se tocan y en esas prolongaciones perdemos de vista el límite de uno u otro lado del filo. ¿Cual es el límite entre la belleza de una mansión y la corrupción que puede pagarla?, ¿cuando se traspasa el límite, por ejemplo, entre el deporte como elemento formador de la salud y se llega a la lesión irreversible, al dolor permanente, la adicción a las drogas o a la tortura del cuerpo a fin de alcanzar la palma de una medalla?, ¿cuando se pasa del arte a la tortura, la dependencia o la lesión?, ¿quien entre nosotros puede trazar con exactitud la línea que separa la vida de la muerte?, porque con frecuencia bajo la premisa de la defensa de la primera se pasa a la segunda.

Cuando la razón fundamental de nuestra existencia se enmascara entre humanas disquisiciones de abigarrada variedad los límites se hacen más difusos. Cuando se acrecienta la confusión moral que dice que ya nada es bueno o malo, que es sólo la propia percepción lo que dicta las reglas, se están sentando las bases para una degeneración social mayor. Lo que la humanidad está pidiendo a gritos no es la honestidad de los funcionarios ni la solución de todas las injusticias sino la renovación del individuo, a través de la aceptación de la propia valía y de un cambio de actitud que signifique una transformación radical en nuestra percepción de nuestras propias acciones.

 

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